La dramaturgia es de Andrés Bonetti y cuenta una realidad del campo y sus habitantes. Una
realidad del inmenso campo patagónico, entre tantas existentes. Delante, o detrás, son
acechados por un paisaje desolador, en el que escasea el agua, la comida, el cariño, más
algunos recursos básicos para convivir o sobrevivir. Campo abierto las leyes del hombre
civilizado sufre sus variaciones, cómo los códigos y las consecuencias.
En la Patagonia el frío es seco, se escarcha la piel y las bajas temperaturas hace de la
respiración un humo constante. Las distancias acrecientan toda comunicación y vivir en un
mundo paralelo, en la periferia del mundo, es una posibilidad real.
Este campo se montó sobre una escena hostil, el más fuerte come, los demás se llevan los
palos, el maltrato y la vulgaridad. Los animales son pocos y no sólo alimentan el hambre,
lloran de carencias, de temor. La muerte, al igual que la faca, siempre está lista para actuar
bajo la luz que dibuja sombras en el piso del escenario, cubierto de paja seca.
En su organización espacial las entradas y salidas de los personajes muestran diferentes
espacios. Del lado izquierdo la salida con el afuera, del lado derecho otro espacio interno,
parte de la choza o pequeño granero, por dónde estarían los pocos animales y, frente al
público, una última puerta nos adentra en la intimidad de unas pocas maderas que delimitan
ventanas, paredes y una cortina de plástico para la puerta. La escenografía da cuenta,
como un elemento más para el análisis, sobre la posición social de este grupo de
convivientes.
La violación a los derechos humanos bajo una cadena de ignorancias, dónde se confunden
los roles de víctima y victimario, son constantes, es lo cotidiano, lo naturalizado. El patriarca
se muestra cómo tal, aunque se trate de una mujer.
Una encuestadora trae más preguntas que respuestas. Pone en evidencia la diferencia de
realidad, de posiciones, desencadena el conflicto. Se involucra violentamente al ser
agredida, incitada y agredir, en una suerte de espíritu vengativo que el inconsciente
colectivo lleva como chip.
Las actuaciones son una buena conjunción, esos cuerpos están puestos en tono con lo que
manifiestan esos personajes. Condimentos precisos y necesarios para mostrar distintas
perspectivas de un mismo conflicto.
Me interesa mencionar la actuación de Mimi James, ya que poseía una firmeza en la mirada
que traspasaba cualquier texto su boca. Sentís que la acción está puesta ahí, en sus ojos.
Una mujer de entrecejo fruncido, de tez morena, con un largo pelo atado, fino como cola de
caballo, una yegua sin tranquera, que pone los acentos sobre las íes, aunque de
vocabulario y de modales no sepa.
Si bien al principio, cómo un buen indicio, sospechaba sobre esta versión de la vida del
campo, sobre esta construcción de imágenes en relación a los estereotipos del campo,
cómo si su forma de hablar parcos en algún momento fuera a lavarse y el mensaje perderse
pero a medida que avanzaba la obra eso se profundizó, al punto de sorprenderte hacia
dónde llegaría. Me convencieron de que eso era posible. De qué hay una sociedad que vive
así. El teatro una vez más cumpliendo su rol político y social, reflexivo en mostrarnos que no
somos una sola cosa. Puedo decir, cómo conclusión, que de verdad (aunque este
tratándose de teatro) que en "Llanto de Perro" perdí el control del tiempo real.
Agradezco al elenco protagonizado por Mimi James, Marcial Lendzian, Fernando Valentin
y Adriana Visintin, con la dirección colectiva de Artropos Teatro.
Este texto fue realizado en el marco de la materia Crítica de las Artes Escénicas. UNRN. Sede Andina 2023.
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