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Festival de Teatro Rafaela 2024. Late con fuerza. Por Mónica Berman



Todas las imágenes son fotos oficiales del FTR24.


Es imposible empezar a escribir sobre este festival sin tener en cuenta la situación de la cultura en este momento. Porque este festival, que cumplió 19 años, es muchas cosas, pero también es resistencia.  En primer lugar, no es un conjunto de obras seleccionadas y ofrecidas (aunque también lo sea) es la transformación de la cultura de una ciudad, es el sueño de artistas, es la construcción del deseo conjunto en múltiples sentidos. Un festival que se constituye en un acontecimiento, que se mantiene y que crece -en varias direcciones- en esta coyuntura no se explica de manera unicausal. Y de ningún modo se explica sin el trabajo y el amor (sí, no importa si suena cursi) de quienes lo llevan adelante.

Es necesario empezar por el principio, eso que habitualmente abre el festival a la comunidad en forma de desfile; ése que parte de la Plaza 25 de mayo hasta el Cine Teatro Belgrano, esta vez, fue producto de un laboratorio.

¿Qué es un laboratorio? Desde hace unos años previo al comienzo del festival, artistas de diferentes sitios- Rafaela incluida- realizan una labor con artistas de la ciudad. La elección del término tiene que ver conque efectivamente es un trabajo que llega a diferentes resultados de acuerdo con las propuestas, las consignas, los grupos. Producciones de artistas locales nacen en esta instancia.

Esta vez dirigidos por Juan Parodi llevaron a cabo un recorrido por algunas cuadras, muchos tiempos superpuestos, innumerables propuestas e inesperadas apariciones.

Las aperturas suelen abrevar en un cruce entre el desfile y el teatro callejero. Performance de apertura transcurre en la calle pero  corre los límites de la clasificación. Parece responder a una cláusula ya cristalizada: la ciudad como escenografía. Sin embargo, es más. Antes de la activación pueden percibirse señales que anticipan en ciertos sitios que algo va a suceder. Un signo está ahí, a la espera.

Primer gesto: se reparten máscaras de conejo entre el público. Y se le pide que actúe como “si supiera”.  Una camioneta organiza la marcha. Dentro, desde un altoparlante a la manera de los que compran o venden (muebles o sandías, de manera indistinta) se filtra el humor, cierta ironía, lo lúdico.

Las paradas son varias y como formamos parte de la multitud no alcanzamos a abarcar todo lo que sucede. Por supuesto, es lo que se espera (y eso también significa) nunca nadie puede capturar la totalidad. En un momento nos detenemos ante una vidriera absolutamente empapelada. Nos piden que cerremos los ojos, al abrirlos queda al descubierto un negocio de electrodomésticos. Uno frente al que como visitante he pasado ¿cuántas veces? Descubro que hay una escalera en el fondo y una mujer, que no hace juego con el negocio, baja por ella. Todos los televisores reproducen la escena. Perspectivas, puntos de vista, tomas diferentes. Vemos a quien filma, el objeto de la filmación y las imágenes producidas.  Tal vez, una sinécdoque de toda la performance. Ver una parcialidad, ver el trabajo sobre la ficción y sobre lo real. Ver las máscaras de conejo reflejadas, pero también percibirlas con el rabillo del ojo desde nuestro lado espectador.

La calle, poblada de personas, luces, escenografía… se respira fiesta, se la escucha. De pronto, en una esquina los balcones se habitan, pero sobre todo se hacen visibles.  Unos pasos más adelante, de nuevo, pero esta vez con dos intérpretes, sendos balcones los vinculan y los alejan.

Quienes trabajan sobre lo escénico en relación con lo urbano reflexionan sobre la memoria. Todo lo que se acumula en el recorrido espacio-temporal, las huellas que se leen, los tiempos que perviven unos sobre otros, los pasos presentes sobre los pasados. Pensaba que el laboratorio que articuló Juan Parodi se proyecta en el futuro. Los próximos pasos, la mirada dirigida hacia el negocio, los balcones descubiertos…de algún modo, refunda el paseo colectivo, siembra la semilla de los recuerdos futuros.


Una vez llegados al Cine Teatro Belgrano y luego de las presentaciones de rigor (la sensación es que estábamos en otro país o tal vez en otros tiempos, pero no.  Se inicia la primera función.

Modelo vivo muerto de Bla Bla y Cía.  Por suerte, en este festival (como ya ha sucedido otras veces) apuestan a una apertura plagada de humor. Pero que, lejos de ser un simple divertimento, convoca una serie de géneros que se articulan de manera entramada y disparatada.  Ya desde el título, el cuasi oxímoron desata los nudos

Lo lúdico  atraviesa toda la obra; la complicidad es buscada y lograda con el público. Las capas y capas significantes cruzadas con la risa/carcajada, las antípodas en los tratamientos de las cosas: el marco es académico/serio, unos estudiantes que para recibirse tienen que dibujar un modelo vivo (inclusive ¡a oscuras!) pero las cosas para el modelo terminan mal. Y de ahí, a un policial de cuarto cerrado. Todo en un cuidadoso entramado musical que orienta, desorienta, anticipa o todo lo contrario.  Los Bla Bla tienen larga trayectoria y esta vez, se jugaron por una obra (en tres actos y todo) y les salió muy pero muy bien.


Fue amplia la programación del festival. Desde un unipersonal como Suavecita con una temática profundamente interesante que se construye corrida, entre lo fantástico y un realismo sucio de la mano del personaje que solo busca sobrevivir junto con su hija, o casi “como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”. Una rara avis en la escena porteña.


El rebote duro, constante, acompasado de la pelota en la cancha de básquet, el  descampado sobre las instalaciones del club imaginado desde las gradas, las voces individuales y las colectivas en canon, ahogadas, desdibujadas. El femicidio que se  comete en Un tiro cada uno el día previo al final del campeonato y que subraya cualquier otro día-previo o posterior- a cualquier otro acontecimiento.


¿Cuántas cosas se tejen en la memoria? Qué puntos, qué agujeros quedan en la trama de lo que no se puede recordar.  Lo tejió la Juana juega sobre esa perplejidad de ordenar las cosas que quedan ante la muerte de una madre. Se ordenan los objetos, se decide qué hacer con la casa, pero ¿y todo lo demás?


También hay lugar para la combinación entre la crítica y la carcajada, Hermanas tejedoras recrea la vida de unas monjas con unos cuantos problemas económicos que para sobrevivir recurren a métodos al menos un tanto imprevisibles, una fiesta en escena, con una superficie en apariencia simple pero con un trabajo en los detalles de los lenguajes escénicos que demuestran la maestría de sus hacedores.


Una diagonal a la corona, una alfombra que se convierte en manto, una transformación constante de los lugares de poder, contar sin palabras, pero con eficacia, una mesa preparada para un banquete que tendrá lugar para uno solo.  Bajo la apariencia de la lejanía en el tiempo y en la clase, tal vez, Los reyes son metáfora de lo que está acá nomás, una mirada crítica de la soledad del poder en cualquier tiempo (y espacio). Con un lenguaje cuidado y una música-intérprete en la escena sostienen lo que se espera y lo que no.


Una visita al bosque atravesada por el silencio de la fauna humana, los pasos cuidados, el respeto a la diversidad de las especies. Una razón para mirar a lo lejos y para tropezar con las ramas, para recibir el regalo de los sobres abiertos con mensajes impensados, para pasar de la colección entomológica a la colección de micro escenas antropomórficas diminutas… una joya por donde se lo mire. Lugar secreto es una invitación a descubrir, al margen de la escala que se ponga en juego.


¿Qué es lo que queda cuando grabamos algo?  ¿con qué objeto? ¿cómo se resignifica cuando se escucha décadas después? Y cuando eso que parece del orden de lo íntimo, de lo familiar implica un acontecimiento con implicancias del orden de lo colectivo, una memoria compartida. Estamos grabando nos trae el pasado en la voz y en la construcción liminal de un retroproyector que  poéticamente puede inscribir la desaparición material.


Les Volátiles a cargo de la compañía Circo Lumiere se presentó en una plaza entusiasta y colmada de familias. Con un hermoso vínculo con los espectadores, los intérpretes pusieron sobre la mesa sus capacidades acrobáticas y de malabares, apostando a sorprender una y otra vez, como quien saca conejos infinitos de la galera. Precisos, divertidos, empáticos, capaces de meter en sus talentosos bolsillos a los espectadores de todas las edades.


Breve Enciclopedia Sobre la Amistad  ¿un conjunto de conocimientos? ¿un trabajo sobre el lenguaje escénico? Una propuesta que en apariencia es fresca (de producción reciente), arriesgada, corrida de lo que se espera, inteligente y disfrutable, difícil de capturar, imposible de clasificar… continuará.


Matate amor ya tuvo quien la escribiera, ríos de tinta sobre esta propuesta para la escena a partir de una novela. Como me habilita la obra que muestra su lugar de emplazamiento recurro a dos cuestiones por debajo del escenario: una platea estallada (como el texto, como la actuación, como los gestos) en aplausos, de pie, una sala que se viene abajo por  la emoción de lo vivido. Y al día siguiente, una actriz que comparte la ronda de devoluciones y que suma reflexión, emoción, perspectivas sobre la maternidad y la mujer y que abre el camino a decires íntimos que se comparten y se guardan en el corazón para siempre.



Fuera de ese mundo podría adquirir otra acepción, no por lo que cuenta, no por la reconstrucción de un clásico literario en lenguaje de sombras sino por su corrimiento del lenguaje, su trabajo con el ritmo y el tiempo, su lugar de simulacro, su ficción sobre lo que muestra, lo que parece ser y que no es.  En ocasiones, el saber del arché (Schaeffer dixit) abre un universo no previsto para arrastrar con él a “la imagen precaria”.


Elegir una imagen para Cartografías de lo sensible es casi un contrasentido. Es eso lo que no se puede capturar en una instancia en donde el sentido se construye anclado de manera sonora.  Se trata de un audio tour a partir de un laboratorio, en este caso, de dramaturgia a cargo de María Eugenia Meyer. Un viaje por las historias de la ciudad ¿reales o ficcionales? ¿o una combinación de ambas? Algo de lo real se inscribe: una fachada, un monumento, una remisería, un mural, el cartel de entrada a la ciudad de Rafaela…sobre esos mojones materiales se inscribe un relato. Uno articulado por voces cuidadas, que constituyen dramaturgia, que juegan con los tiempos, que nos guían a historias desconocidas.  Una experiencia definitivamente inefable.


Abrí con un laboratorio, cierro con otro: La singularidad de lo mismo. Dirigido por Santiago Gobernori. Un trabajo arriesgado, que hace lo que hacen las escénicas: jugarse hasta los límites del lenguaje, probar cosas, poner en el tapete los modos de actuación, reírse de las tradiciones y recuperarlas, jugar y volver a jugar. Advertir a Hollywood por lo que se viene. Al fin y al cabo, todos han empezado alguna vez.



El Festival de Teatro de Rafaela 2024 se despide. Sin duda, ha dejado huella. Y deseo. Late con fuerza. Eso significa que está vivo.

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