Epílogo en Sepia: ¿quién dice que no podemos cambiar la historia? Por Natasha Salvador.
- Escénicas Fsoc
- 16 jun
- 3 Min. de lectura

“Epílogo en Sepia transcurre en una biblioteca popular de San
Carlos de Bariloche que corre el peligro de cerrar sus puertas.
Narra la historia de un grupo de personas que se cuestionan
qué es la identidad, se preguntan sobre los mandatos, los
deseos, el amor, el futuro…”
Epílogo en Sepia empieza antes de que estés listo y termina antes de que quieras
decirle adiós. Es el producto del elenco estable de la Escuela de Arte La Llave, que está
cumpliendo sus 40 años en funcionamiento en julio.
La obra, escrita por Lihué Vizcaíno, tiene tres hilos narrativos principales que
funcionan juntos, entrelazados entre sí a veces, a veces por sí mismos. Uno, el de los
personajes de grandes obras que conviven en la biblioteca, y de cuya supervivencia
depende que esta siga abierta. El otro, la relación entre el bibliotecario y un usuario de la
biblioteca, quienes no pueden percibir a los personajes, sólo sentir sus ecos. El tercer hilo
ata ambos mundos y no aparece hasta la mitad de la obra. Se les dedica el tiempo
justo a una y otra historia para poder ir siguiendo todas y el espectador siempre tiene algo
nuevo para mantener su atención, sin abrumarlo con detalles de una antes de que pueda
procesarlos, ni agotar la situación antes de volver a la anterior.

Los personajes te reciben en la antesala para regalarte un prólogo y una canción. Se
presentan en los vestuarios que usan toda la obra, dando indicio de los universos
a los que pertenecen: uno, el nuestro, el otro; el de las obras que guarda la biblioteca.

En esta biblioteca, el espacio principal de la obra, los personajes de las obras que se
guardan en ella cobran vida e interactúan entre sí. Sus vestuarios son más fantasiosos que
los jeans del bibliotecario y combinan con las largas poesías que hacen el decorado de la
biblioteca. Los personajes “ficticios” no podrán interactuar directamente con los personajes
“reales”, y la diferencia invisible es hecha palpable por la corporalidad de los actores y el
código que construyen para las escenas donde están presentes ambos universos.
Nada en la obra tiene desperdicio. Los vestuarios y la escenografía maridan
hermosamente, y tanto el color de las luces como su posición y uso son muy bellos. Logran
algo muy difícil en el teatro: que las luces sean utilitarias, que sean placenteras de ver, y
que creen sentido, todo sin sacar la atención de lo que sucede sobre el escenario.
El elenco entero está hecho de actores muy capaces. Cada uno lleva su impronta,
pero construyen juntos un código actoral que no decae. Hacia la mitad del espectáculo
irrumpe un personaje nuevo, Carmen, quien llevará adelante el tercer hilo y el desenlace de
la obra entera. Su presencia es refrescante.
Todos los personajes, reales y ficticios, están luchando por la libertad de
determinarse a sí mismos. Los personajes “ficticios” se sienten encorsetados por los deseos
que sus escritores proyectaron para ellos, y los reales, por las narrativas hegemónicas
sobre qué deben y no deben ser. En su prólogo afuera de la sala, el presentador dice: “las
historias pueden servir para resguardar un conocimiento, un saber, una cultura. También se
pueden cristalizar.” Volverse rígidas. No permitirnos seguir nuestros deseos. Si empezamos
a contarnos una historia diferente puede cambiar nuestra vida, ayudar a liberarnos y a
renacer, con la esperanza de la mariposa.
Dramaturgia y Dirección: Lihué Vizcaíno.
Actuación: Silvina Rullo, Ezequiel Reggi, Agustín Velazquez, Jorge Gerschman, Verónica
Feldman, Isadora Cáceres, Nicolás Morales, Maribel Millaquin Alvarez, Martina Fasciolo.
Escenografía y Utilería: Andreina Poli.
Vestuario: Karenina Cisneros.
Diseño lumínico y Operación de luces: Emanuel Vera.
Prólogo: Santiago Ilundain.
Asesoramiento en Escenotecnia: Michay Fernández Quintero.
Coreografía: Matías Grande
Jefe de Departamento de Coordinación Artística La Llave: María Otazo.
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